Cuando al movernos por un territorio tropezamos con un accidente geográfico, o con un obstáculo cualquiera, tratamos de evitarlo. Los ríos, los vadeamos y, cuando no podemos, tendemos un puente. Un puente es «una fábrica de madera, piedra, ladrillo, hormigón o hierro que se construye sobre los ríos para poder pasarlos», pero también debe ser «un poema tendido entre dos orillas». La solución propuesta, además del paso, posibilita la estancia, constituye un refugio para protegerse de las inclemencias meteorológicas y un mirador para contemplar el entorno. Formalmente consta de tres cuerpos bien diferenciados.
Uno central alargado, la pasarela, más bajo, más ligero y más calado, con cubierta a dos aguas y abierto por los laterales. Este volumen está acotado y flanqueado por los otros dos cuerpos, de planta cuadrada y de mayor altura –cerrados perimetralmente con vidrio y cubiertos a cuatro aguas– que a modo de baluartes definen las cabeceras del puente. De noche, estos cuerpos iluminados semejan grandes lámparas que jalonan y balizan el río. A través de estos cuerpos se accede desde las orillas (lo firme, el mundo de la realidad) al río (lo fluido, el mundo de la fantasía). El arte japonés, en sus momentos más tensos, cuando alcanza las cimas más altas, nos revela esos instantes de equilibrio entre la realidad y la fantasía, entre lo estático y lo dinámico, entre la vida y la muerte. La dialéctica funcional, formal y constructiva que se establece entre estos tres cuerpos, y entre ellos, las orillas y el río, constituye la esencia del proyecto. La arquitectura japonesa, en sus ejemplos más lúcidos, nos muestra una perfecta simbiosis entre la fantasía formal y la economía de medios, y en esto coincide con las mejores arquitecturas occidentales de todos los tiempos.
When we stumble upon a geographical feature, or any obstacle, while moving through an area we try to avoid it. We wade through rivers, and when we cannot, we build a bridge.
A bridge is “a structure of wood, stone, brick, concrete or iron that is built over rivers to cross them,” but it must also be “a poem spanning two banks”.
The proposed solution, which in addition to crossing also makes resting possible, is a shelter to protect from inclement weather and a lookout point from which to enjoy the surroundings. Formally, it consists of three distinct sections. There is an elongated central section, the crossing, which is lower, lighter and deeper, with a pitched roof and open sides. This space is bounded and flanked by the other two higher sections with square layouts, which are enclosed around the perimeter with glass and hipped roofs, which like ramparts define the bridgeheads. At night, these bodies resemble large lit lamps that illuminate and stake out the river. Through these sections, the river (the fluid, the world of fantasy) can be reached from the banks (the solid, the world of reality)
At its tensest moments, when it reaches its highest peaks, Japanese art reveals those moments of balance poised between reality and fantasy, between the static and the dynamic, and between life and death.
The functional, formal and constructive dialectic forged between these three sections, and thus the banks and the river, is the essence of the project.
In its more lucid moments, Japanese architecture shows a perfect symbiosis between formal fantasy and the economy of means, and the same holds true of the best Western architecture of all time.